Stop Machismo
Octavio Colis

Cretinos embites

octubre 2007



Ya sabíamos que A. P. Reverte tenía poco que decir, y que lo poco que decía en sus exitosas novelas no tenía que ver con su persona, en general celosamente preservada para la función de escribir novelas de éxito. Hace tiempo que sospechábamos que cuando decía tan poco era porque no tenía mucho que decir, y que el personaje-escritor-de-éxito había suplantado ya plenamente a la persona que habita y que fue, por otra parte, ya conocida sobradamente por su falta de criterio en las cosas en las que se le reclamó una opinión que comprometiera o fijara su posición en la vida real. Recordando a Celaya diríamos que A. P. Reverte vive en el lujo cultural de los neutrales. En la forma más abundante de malditismo.
Eso que precisamente dice al final la mujer de su grosero artículo, eso que el autor le hace decir, es precisamente un resumen paradójico de lo que el autor hace en su artículo, es decir: cagarla. El que eso ha escrito es A. P. Reverte persona, quizá mareado, o estimulado, por la presencia (real o imaginaria) del personaje al que hace como que acompaña (en realidad él quisiera que Marías le acompañara a él, primus inter pares), sintiéndose así una especie de Unamuno al que acompañara Baroja por el mundo de los lectores que les leen (que leen sobre ellos) fuera de las novelas y los ensayos, paseando civilmente por la vida de los demás y queriendo dejar constancia de eso, de que también están en la vida de los demás, de que son como todo el mundo, siendo como es: cada uno en su lugar, aunque ellos en el suyo, mucho más relevante, ¡qué se le va a hacer!

A Marías (¡Dios te salve, Marías!) lo leen unas 15.000 personas por novela, no es mucho, pero es suficiente para él, según él mismo ha dicho. A Reverte (Arturo Pérez) lo leen muchísimas más, y muy deprisa. No creo que busque APR, por lo tanto, aumentar el número de lectores o de ámbitos de escritura, simplemente entendemos que en su artículo parece (sin querer parecerlo, por eso creo que es un lapsus, aunque no inocente, nada lo es) está celoso de los que escriben bien y tratan de decir algo, algo que esté por debajo del argumento de lo que escriben y que comprometa al que lo escribe; pero ya sabíamos que A. P. R. tenía poco que decir y que, de decir algo, sólo sería capaz de urdir líneas como las del artículo éste tan estúpidamente fuera de lugar. Seguramente, y porque APR tendrá amigos que le aconsejen, de seguir así pronto dejará de hacer incursiones en la litetarura de lo real, aunque sólo sea por no espantar a algunos de los cientos de miles de lectores que le leen, pues habrá entre ellos quienes por estos lapsus del autor persona renieguen del personaje-escritor-de-éxito y dejen de comprar sus aventuras de la vida que está en otra parte. Porque cuando APR se asoma con el oficio (de escribir) a la vida cotidiana resulta que lo confunde todo y esperamos de esos amigos que le suponía (o de los editores que cuidan del personaje, aunque fuera) le convenzan para que deje de asomarse a la vida cotidiana, a nadie le hace falta, y menos que a nadie a él mismo. Y si lo hace que lo haga embozado, como los canallas de sus novelas, y en silencio.
Cuando a Coetzee le entregaron el Nobel de Literatura y con ocasión de ello leyó un discurso que no tengo ahora a mano y del que desconozco el título pero que estaba centrado precisamente en el compromiso inevitable de la persona que escribe con lo que escribe; decía Coetzee a propósito de eso que uno de sus libros favoritos era Robinson Crusoe y explicando por qué al final del brillante escrito hacía referencia al autor del libro, un tal Dafoe, decía, un intruso en la novela que relata Crusoe, pero que sin duda algo tendrá que ver en el asunto.

En fin, APR nos ha enseñado cómo puede llegar a hacer el ridículo paseando al personaje propio fuera del ámbito en el que está a salvo (bajo el título de la portadas de sus novelas y en la solapa que lo publicitan a él) y se hace persona, saliéndose de los libros en los que habita y de los argumentos en los que vive para darse una vuelta por la vida real, en la que vivimos los otros que no somos seres de su autoría. Vuélvase usted, Arturo, a la vida sencilla y plagiada de la literatura (plagiada de la literatura y no de la vida real, como muy bien demuestra en sus novelas) y abandone su afán por la vida material en la que nos debatimos y esforzamos algunos pocos para que la ley esté entre los que somos y estamos, incluido usted. Vuélvase usted a las solapas de sus novelas... a la vida plagiada de la vida de la literatura... y no nos engañe con sus paseos con los autores, y si es el caso que no puede usted evitarlo, pasee usted con doña Corín Tellado o con el señor Pemán, con sus espíritus o ectoplasmas, da igual, porque en el millonario número de lectores de ambos encontrará la comprensión y transcendencia que no encontrará en el nuestro, mucho más reducido y que, en el fondo, no le interesa en absoluto. Pero mucho nos tememos estos pocos que su arrogante estupidez personal le obligará a insistir en mostrar su carácter y opinión sobre los temas de hoy mismo en artículos y entrevistas, trando, no ya de aumentar el número de lectores (cosa ya de por sí difícil, puesto que no hay más), sino con la intención misma con la que el pocero ese tan popular últimamente trata de hacer ahora una incursión en el acopio de arte y cultura, tratando de convertirse en un prócer Médici del siglo XXI. Ambos, el pocero y usted andan en ese afán de ser reconocidos en ese otro ámbito que ahora apetecen, y por el que parecen estar dispuestos a exhibirse tal cual. Y no pudiendo evitarlo estos pocos indignados por sus cretinos embites, trataremos de advertir y contestarles, a usted, el escritor escriturado y al pocero prócer, porque... no nos resignamos...
 
 

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