Stop Machismo
Luis M. Sáenz

El patriarcado somos nosotros

noviembre 2007



Algunos conceptos son más importantes por lo que rechazan que por lo que afirman. Así, el valor de la expresión violencia de género reside en que nos pone en guardia contra el riesgo de "naturalizar" la opresión o de poner el enfoque sólo en "los maltratadores" en tanto que hombres reprobables -lo son- con los que nada tenemos que ver. Algo similar ocurre con el concepto de patriarcado. Los participantes en las manifestaciones de hombres contra la violencia machista que los días 20 y 21 de octubre tuvieron lugar en diversos lugares de España gritamos contra el patriarcado. Queríamos resaltar que la violencia machista es la punta de un iceberg, que no sólo hacemos frente a la acción criminal de unos delincuentes sino también a un complejo sistema de dominación y privilegios masculinos. Algo en lo que, de una forma u otra, estamos implicados todos los hombres.
Corremos el riesgo de olvidar esto último y sólo ver en el patriarcado una estructura ajena, un "sistema" previo a los actos humanos, un enemigo externo, "lado oscuro" al que nos enfrentamos desde el "lado de la luz".

Toda dominación tiene sujeto. El patriarcado somos todos los hombres. No en el mismo grado, claro está. Al igual que la intensidad de la dominación patriarcal es cualitativamente diferente en España e Irán, o en Suecia y Arabia Saudí, y eso es alentador porque indica que hay un camino de cambio abierto por el movimiento feminista y por la democracia, tampoco todos los hombres somos iguales; más aún, ni siquiera permanecemos iguales a nosotros mismos. Pero no por ello dejamos de estar implicados en el patriarcado. Todos los hombres tenemos responsabilidades y tenemos culpabilidades, aunque no se trata de llorar por éstas últimas, sino de cambiar.

Somos responsables, ya que tenemos privilegios. A muchos de tales privilegios podemos y debemos renunciar, cambiando comportamientos, pero a otros no hay manera de hacerlo si no cambian los vínculos sociales. En la Sudáfrica del Apartheid, un blanco antiracista y comprometido en esa lucha tenía, quisiese o no, privilegios. Y un hombre tiene hoy privilegios, incluso aunque no los quiera. Por ejemplo, caminamos más seguros por las calles solitarias y sufrimos menos acosos en todos los ámbitos. Esas "ventajas" nos responsabilizan, nos obligan a comprometernos.

Pero también está presente nuestro machismo, al menos el mio. Nunca he pegado a nadie y, una vez salido de los ámbitos familiares de la infancia y primera adolescencia, tampoco he exigido nunca a una mujer que se comporte de tal o cual manera, que haga tal o cual cosa. Pero he hecho -y aún me descubro haciendo- cosas de las que me avergüenzo profundamente, y me avergüenzo de haber tardado tanto en avergonzarme. No precisamente de algunas que socialmente podrían causar más escándalo pero no me hacen sentir mal conmigo mismo, sino de otras más sutiles y marcadas por cierta modalidad de machismo. He degradado y manipulado valores a los que sigo teniendo apego: la libertad personal, el derecho a mantener parcelas de intimidad e incluso secreto en cualquier tipo de relación, la persistencia de la plena autonomía individual en el marco de cualquier relación humana. Mantengo mi gusto por esos valores. Pero hoy comprendo que en numerosas ocasiones han sido -y de vez en cuando descubro que aún son- meras excusas o tapaderas para cubrir lo injusto, para eludir tareas de las que yo podía prescindir pero que de no llevarse a cabo harían muy incomoda la vida de quien conmigo compartía entorno y vida, para ignorar sentimientos y problemas de otra persona, para ocultar los mios, para abusar de situaciones ventajosas para mí o incluso para ganar posiciones en las situaciones desventajosas. Machismo, sí. De otra manera, sin gritos, sin celos, sin violencia... pero grave machismo.

Hemos interiorizado el machismo, cada cual en grado y modo distinto. Incluso algunos de los que, por unos u otros motivos, vivimos dolorosamente la infancia y la adolescencia marginados de una masculinidad tradicional en la que no encajábamos y de la que nos excluíamos y nos excluían, hemos llevado en el mismo ambivalente paquete el rechazo a ciertas componentes de ese machismo -conservando otras- y cierto terror íntimo a no ser lo bastante machos, haciendo que una parte de esa esquizofactura la pagasen también las mujeres de nuestra vida.

Crece el número de hombres que estamos contra el machismo, pero no por ello estamos "fuera" de él. ¿Nos cambiamos o contribuimos a cambiar la sociedad? Ambas cosas a la vez. Como señala Michel Flood, de XY-Men, no podemos esperar a ser 100% no-machistas para actuar como anti-machistas. Pero tampoco podemos luchar contra el patriarcado sin autocuestionarnos en positivo, para mejorar, no para hundirnos. Si hasta ahora nuestro único "despertador" ha sido el empuje de las mujeres, ahora podemos caminar, aunque sea con tambaleos, apoyándonos también los unos en los otros, como para mí ha sido decisivo el acicate encontrado en mis amigos de stopmachismo.net o en el encuentro plural con los colegas de "una asamblea de hombres contra la violencia de género" desde la que se preparó la manifestación del 20-O en Madrid.

Contra el patriarcado, sí. Pero no seamos autocomplacientes, pues estamos dentro de él. Seamos modestos y no creemos nuevos estereotipos. No necesitamos un nuevo concepto de "hombre de verdad", y menos aún incluirnos satisfechos en él, sino dinamitar los comportamientos que de verdad tenemos hoy los hombres realmente existentes. El patriarcado… soy YO.

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